A medida que celebramos el Mes del Orgullo, un periodo dedicado a la celebración y la aceptación de la comunidad LGBTQ+, siento la necesidad de reflexionar profundamente sobre la dualidad de emociones que este mes evoca. Por un lado, vemos una maravillosa expresión de amor, diversidad y el valiente camino hacia la igualdad. Por otro, no podemos ignorar la sombra del miedo y el odio que a menudo tiñen estas festividades.
Lo que me desconcierta profundamente es observar que gran parte de esta animosidad proviene de personas que se identifican como cristianas. Como seguidor de Cristo, encuentro esta contradicción profundamente preocupante. La esencia del cristianismo, basada en las enseñanzas de Jesús, es un mensaje de amor y aceptación. Jesús, en su tiempo en la tierra, nunca habló en contra de la homosexualidad. De hecho, el término "homosexualidad" no apareció en ninguna traducción de la Biblia hasta 1946, cuando fue insertado en la Versión Estándar Revisada. Esta inclusión tardía ha moldeado innumerables interpretaciones y doctrinas, desviándose de los textos originales y la vida de Jesús.
Muchos citan las leyes del Antiguo Testamento para justificar sus posturas, pero es crucial recordar que Jesús vino para cumplir la ley, no para abolirla. En Mateo 5:17, Él declara: "No piensen que he venido para abolir la Ley o los Profetas; no he venido para abolirlos, sino para cumplirlos". Con esta realización, Jesús nos introdujo en un nuevo pacto basado en el amor, la gracia y el perdón.
En el corazón de las enseñanzas de Cristo está el mandamiento de amar. En Juan 13:34-35, Jesús nos instruye: "Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros." No hay espacio para el odio o el juicio en esta directiva.
Como psicoterapeuta pastoral, he visto el poder transformador del amor y la aceptación en la vida de aquellos que luchan con su identidad y fe. El amor tiene el poder de sanar y de dar fuerzas a quienes se sienten marginados. Por el contrario, el miedo y el odio, especialmente cuando provienen de aquellos que afirman seguir a Cristo, pueden causar un dolor profundo y una sensación de rechazo devastadora. Es una triste paradoja que aquellos llamados a amar incondicionalmente puedan, a veces, ser la fuente de gran sufrimiento.
En Romanos 13:10, Pablo escribe: "El amor no hace mal al prójimo; por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley." Este versículo capta la esencia de ser cristiano: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, sin condiciones. Rechazar a nuestro prójimo por su orientación sexual es traicionar las enseñanzas fundamentales de Cristo.
Este Mes del Orgullo, hago un llamado a mis hermanos y hermanas cristianos a reflexionar profundamente sobre el mandamiento de amar. Debemos ir más allá del miedo y el odio, que surgen de la incomprensión y la ignorancia. En su lugar, debemos esforzarnos por vivir el mensaje de amor incondicional y aceptación de Cristo. Debemos abrir nuestros corazones y mentes a la diversidad de la creación de Dios, reconociendo que cada persona, sin importar su orientación sexual, está hecha a imagen de Dios y merece amor y respeto.
Quiero finalizar con una poderosa reflexión de 1 Juan 4:18: "En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo. El que teme no ha sido perfeccionado en el amor." Como seguidores de Cristo, debemos buscar la perfección en el amor, expulsando el miedo y abrazando a nuestros hermanos y hermanas LGBTQ+ con el amor que Cristo nos ha brindado generosamente.
Que este Mes del Orgullo sea un tiempo de profunda reflexión, aceptación y, sobre todo, de amor. Todos somos parte de la familia de Dios, y solo a través del amor podemos honrar verdaderamente las enseñanzas de Cristo y crear un mundo donde cada persona sea valorada y celebrada.
Espero que esta reflexión toque el corazón de aquellos que la lean y los inspire a abrazar el amor sobre el miedo, no solo en el Mes del Orgullo, sino en cada día de nuestras vidas.
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